La implacable autoridad de la opinión pública

La implacable autoridad de la opinión pública

Una manera impactante y a la vez sutil de influir en el pensamiento de los demás es forjar y propagar estereotipos. Esto resulta efectivo porque se convierte en la esencia de las costumbres, le da a cada quien un lugar en la sociedad y define lo que se considera normal o extraño. 

De esta manera, las personas construyen en su mente un mundo irreal antes de conocerlo como es verdaderamente. Si algo perturba esa fantasía, representa una amenaza (Lippmann, 1997). Esto es lo que se conoce como control social y tiene fundamento en las determinaciones de líderes o instituciones que cuentan con prestigio. Sus herramientas para influir en el pensamiento de la gente pueden ser dos. Una es la norma, compuesta por leyes, creencias y doctrinas que usan grupos políticos y económicos para tipificar y ajustar los estereotipos que permitan alcanzar sus objetivos según las circunstancias del entorno. La otra es la opinión pública que, por medio de la sugestión, el arte y la religión, estimula emociones para sembrar ideales, valores y moral (Ross, 1901 y Lippmann, 1997). El fin es que los miembros de la sociedad sigan dogmas que los convenzan de aceptar sus obligaciones y cumplirlas (Rousseau, 1998). 

Así, las personas se habitúan a juzgar sus conductas con base en tres leyes: la divina, la civil y la de la reputación. El discurso religioso define que la ley divina fue creada por Dios en su interés por conducir las obras de los seres humanos hacia lo más conveniente para ellos mismos. Los que obedecen reciben la felicidad eterna. En cambio, a quienes pecan los persigue la desgracia (Locke, 1994). 

La ley civil es la que crea la sociedad. Sus objetivos son permitir que cada quien goce de su libertad y sus bienes y sancionar con el encierro o el despojo a los que incumplen las normas (Locke, 1994). 

Y la ley de la reputación es producto de una suerte de acuerdo tácito entre quienes integran una comunidad. Se conforma por códigos que definen lo que es socialmente admitido o rechazado, independiente de lo que dicten las leyes divina y civil, y depende de las costumbres y los contextos (Locke, 1994). Puede entenderse como un conjunto reglas que no están escritas, sino insertas en la conciencia de las personas. Esas pautas se renuevan y conservan diariamente, merecen obediencia sin que las imponga una autoridad y a menudo son insumo para legislar (Rousseau, 1998). 

La opinión pública permite que cada quien ejerza su poder de aprobar o rechazar el comportamiento de los demás. Así es como protege, refina y sanea las costumbres y los hábitos mediante la censura (Rousseau, 1998). Su implacable poder de exclusión hace que los individuos terminen comportándose según lo que exija el grupo al cual pertenecen. La ley de la reputación puede lograr más obediencia que las otras porque no da chance a que haya el perdón que otorga la divina, o la impunidad que a veces ocurre en la civil. La posibilidad de que alguien soporte el repudio de su círculo social es muy remota (Locke, 1994). 

Por eso, los estereotipos son efectivos, pues logran que las personas intenten encajar en los que cuentan con mayor aceptación para evitar el rechazo. 

Referencias 

Lippmann, Walter. Public Opinion. New York: Free Press Paperbacks, 1997. 

Locke, John. Ensayo sobre el entendimiento humano. México: Fondo de Cultura Económica, 1994. 

Ross, Edward. Social control, a survey of the foundations of order. New York: Macmillan, 1901. 

Rousseau, Jean Jacques. El contrato social. Madrid: Espasa Calpe, 1998.

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