La república, una defensa de la educación necesaria en el gobierno democrático

La república, de Platón

Los ignorantes no tienen referentes para seguir y tampoco encuentran caminos que los acerquen al conocimiento. Quienes se cierran a mirar más allá de lo que siempre han visto no consiguen la inteligencia. La educación les ayuda a ampliar el horizonte del raciocinio cuando el proceso formativo los guía hacia la verdad.

La enseñanza hace su mayor aporte a la sociedad si logra que los aprendices adquieran integridad moral y sentido de justicia. Las leyendas sirven para alcanzar ese objetivo. En La república, una trascendental obra de filosofía política publicada en el siglo IV antes de Cristo, Platón cuenta el mito de la caverna para mostrar cómo influye la educación en los seres humanos. 

Ese relato habla de unos hombres que desde niños estuvieron encadenados dentro de una cueva y no podían mover el cuello. Siempre miraron hacia una pared que tenían enfrente. Detrás de ellos había un muro que no era muy alto y, más atrás, había fuego. Por la mitad entre la luz y la cerca pasaban otros hombres que cargaban figuras de animales y de personas, como en un teatro de títeres. Las sombras se proyectaban en la pared que estaba delante de los encadenados, quienes habían estado toda la vida en esa caverna y pensaban que esas imágenes eran la realidad. Cuando a cada uno le soltaban las ataduras, podía ver las figuras que había detrás del muro. Ellos preguntaban qué era cada una y recibían respuestas. Así se acercaron al conocimiento. 

Aquella capacidad que tienen los humanos de conversar para buscar sabiduría se llama dialéctica, un método que parte de una hipótesis susceptible de verificación. Quienes discuten exponen argumentos hasta concluir con un postulado definitivo. En este proceso no cuentan las percepciones ni las emociones, sino las ideas. Según Platón, la dialéctica expande los límites del conocimiento y ayuda a encontrar la realidad que hay más allá de las sombras. Él mismo llegó a la verdad gracias al diálogo, que no debe confundirse con la antilogía, pues esta es un simple vaivén de premisas o juicios vacíos y engañosos. 

Estos alegatos pueden resultar espectaculares para un público desprevenido, pero están cargados de meras opiniones que, de acuerdo con Platón, se encuentran en un punto medio entre la completa ignorancia y el conocimiento. Los analfabetos se equivocan en todo momento y quedan en evidencia cuando hablan de lo que no entienden. Los que divulgan sus percepciones subjetivas pueden hacer comentarios frágiles, insostenibles, carentes de inteligencia y fallar en lo que dicen. A la vez, tienen posibilidad de acertar si exhiben ejemplos o evidencias mínimas copiadas de descubrimientos ajenos. Por eso, representan un peligro cuando posan de cultos, pues son capaces de confundir a los demás con elocuencia y voz encantadora. Los sabios no admiten errores, se refieren a las cosas como son y enfocan su atención hacia lo que alumbra la certeza. Ellos además investigan y establecen relaciones y dependencias entre diversas informaciones para encontrar la verdad. 

La matemática, la ciencia y la filosofía nutren el entendimiento. Con la política no ocurre lo mismo porque sus mayores objetivos son la unidad y la estabilidad. Esto a veces implica mentir, pues algunas verdades perturban la armonía en la sociedad, pero solamente los ilustrados pueden acudir al engaño con un objetivo utilitario para el bien común. Si alguien más lo hace, merece sanción por incurrir en actitud rebelde y dañina. Por eso Platón reclamaba que el gobierno estuviera en manos de los sabios y no de políticos profesionales, como ocurre en la democracia.

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