1984, la efectividad de la comunicación para consolidar el poder absoluto

Novela 1984, de George Orwell

Winston Smith vivía en un país conformado por tres clases sociales. En algún momento, quienes ocuparon la más alta fueron reyes, clérigos, aristócratas o abogados. Su objetivo era mantenerse donde estaban. Los del medio eran científicos, técnicos, comerciantes, políticos profesionales, publicistas, sociólogos, profesores y periodistas. Su propósito consistía en desplazar a los de arriba. Y los de abajo eran el resto. Ellos tenían la utopía de alcanzar la igualdad entre todos los humanos. 

Quienes ocupaban las dos clases más altas sabían poco de la plebe y consideraban que no necesitaban conocerla mucho, pues era una masa integrada por individuos que en general seguían el mismo proyecto de vida. Los del grupo social más bajo comenzaban a trabajar desde jóvenes, pasaban por un corto tiempo de encanto y apetito sexual, y se casaban más o menos a los 20 años. Desde entonces, dedicaban sus días a seguir trabajando con esfuerzo y cuidar el hogar. Estaban pendientes de los conflictos entre vecinos y del fútbol. Se divertían con pasatiempos básicos como tomar cerveza o los juegos de suerte. Obedecían sin cuestionar las costumbres y las tradiciones de sus ancestros. Hacia los 30 años, empezaban a envejecer y morían en promedio a los 60. 

Para las clases altas era fácil controlar a la más baja. Mientras el pueblo estuviera concentrado criando hijos y trabajando, era sencillo mantenerlo alejado de los asuntos del poder. Si la gente permanecía enfocada en sus asuntos privados, se podía convencer fácilmente a partir de rumores sobre lo que ocurría en lo público y sin mayor adoctrinamiento ideológico. Bastaba con que tuviera mínimos afectos políticos y un amor por la patria que sirviera de combustible para detonar el apoyo por algún grupo político que buscara la aprobación de la masa. 

La novela 1984, publicada por George Orwell en 1949, cuenta la historia de aquella sociedad en la que vivía Winston Smith. Allí, los de arriba perdieron legitimidad. Los del medio lograron el apoyo de los de abajo con la promesa de alcanzar libertad, igualdad y justicia, pero cuando se quedaron con el mando, marginaron otra vez al pueblo. A partir de ese momento, entró a gobernar el Partido, un grupo conformado por quienes antes ocupaban la segunda clase y cuyo líder era el Gran Hermano. 

El fin de este nuevo régimen era ocupar todo el planeta y para lograr ese objetivo necesitaba eliminar el pensamiento independiente. La estrategia que implementó el Partido consistía en diseñar creencias, costumbres, emociones y conductas. Los medios de comunicación como la prensa, la radio y el cine permitieron la manipulación de la opinión pública. 

La televisión facilitó el control de la gente porque sirvió para emitir y recibir información al mismo tiempo y por un solo aparato. Con esto terminó la vida privada de las personas porque aquella tecnología permitió que las vigilaran y que estuvieran expuestas a la propaganda del Partido constantemente. Poco a poco, el pueblo asumió una misma opinión respecto a los asuntos de la política y obedeció sin cuestionar la voluntad de quienes tenían el poder. 

Todo el gobierno del Gran Hermano estaba enfocado en dominar el pensamiento de sus súbditos. El Ministerio del Amor controlaba las emociones y nadie podía expresar sentimientos, salvo durante los Dos Minutos de Odio. En este ritual, el líder del partido le hablaba al pueblo mediante pantallas y agitaba sus sensaciones de miedo y rabia contra un enemigo extranjero para unir a la comunidad. El amor entre las personas estaba prohibido y las relaciones íntimas se consideraban subversivas porque consumían energía, producían felicidad, disminuían la necesidad de odiar y reducían la dependencia emocional del líder. 

El Ministerio de la Verdad generaba información trivial sobre deportes, crimen, astrología y entretenimiento que distraía a la audiencia de los temas políticos. Winston trabajaba allí. Su labor consistía en alterar periódicos para alinear su contenido con los intereses del Partido y convencer a los lectores de que quienes ocupaban en ese momento el poder tenían siempre la razón. El objetivo era borrar el pasado e impedir su estudio futuro. La historia se interrumpió porque los funcionarios destruyeron archivos y repintaron obras. Además, cambiaron estatuas, nombres de calles y de edificios. Incluso, alteraron fechas especiales. Solo existía el presente. El lema del gobierno era: "Quien controla el pasado, controla el futuro. Quien controla el presente, controla el pasado". 

El Ministerio de la Paz implementaba la vigilancia y la propaganda. Su eslogan principal era "El Gran Hermano te vigila" y evidenciaba el control constante que ejercía la Policía del Pensamiento, que hacía parte de este ministerio. Los espías podían escuchar por medio de micrófonos o pantallas las opiniones que afectaban al régimen. Para evitar la propagación de ideas subversivas, los agentes adoctrinaban a la gente con propaganda que reiteraba por todos los medios de comunicación: "Guerra es paz, libertad es esclavitud, ignorancia es fuerza". 

El Partido cambió el lenguaje y creó un nuevo vocabulario para controlar el pensamiento e impedir la formación de ideas independientes. Esta Neolengua consistió en reducir la cantidad de palabras porque así disminuía también la capacidad de reflexión. Los términos que usaba la gente en su comunicación quedaron clasificados en tres grupos. La Categoría A incluía expresiones básicas para la vida diaria, como "trabajar" o "comer". Aunque ya existían, sus significados quedaron limitados y sin ambigüedades o interpretaciones. La Categoría B contenía términos nuevos, creados por la unión de dos palabras con un fin político. Por ejemplo, bienpensar aludía al pensamiento afín a la disciplina del partido, mientras que malpensar significaba lo opuesto. Finalmente, la Categoría C agrupaba el léxico técnico o científico puntual para cada disciplina, lo que impedía el uso compartido de vocablos entre distintas áreas del conocimiento. 

Las masas nunca se rebelaron porque carecían de un referente que les sirviera para comparar el régimen en el que vivían. La estrategia de comunicación había logrado moldear sus conciencias. Sin embargo, permanecían grupos en el poder infectados con ideas liberales y para el gobierno era imposible mantener la vigilancia total. Esto implicaba otorgar algo de libertad, que equivalía a poder afirmar sin castigo, por ejemplo, que dos más dos era igual a cuatro. 

Winston intentó evadir la opresión del Partido y empezó un romance con Julia, una mujer menor que él. Se reunían en una habitación secreta sobre una tienda y allí él notó los efectos del régimen en los jóvenes. Julia aceptaba el discurso oficial, no le interesaba establecer la diferencia entre la verdad o la mentira ni entender quién era el supuesto enemigo extranjero. Incluso, se quedaba dormida al hablar de política. El Partido dominaba con facilidad a las personas como ella. 

O’Brien, un miembro de la cúpula del partido, le propuso a Winston que se uniera a La Hermandad, una sociedad secreta cuyo fin era supuestamente conspirar contra el régimen. Winston, entusiasmado, aceptó cualquier condición y le contó el plan a Julia mientras estaban en su refugio. La Policía del Pensamiento, que los espiaba por una pantalla oculta en el espejo, los arrestó. A Winston lo torturaron con electrochoques para reconfigurar su conciencia y lo obligaron a decir que dos más dos era igual a cinco. Al final, le ofrecieron misericordia y Winston quedó agradecido.

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