La invención del desarrollo, un antídoto contra el comunismo
La relación entre países ricos y pobres ha sido igual a la de adultos maduros con chiquillos desorientados. Las potencias del mundo asumieron la tarea de impulsar democracias, proyectos sociales y la economía en regiones con abundantes materias primas, pero escasas industrias y tecnologías. El discurso del desarrollo se convirtió en una forma disimulada y sofisticada de ejercer control.
A mediados del siglo XIX, los países que defendían el capitalismo consideraron que las masas populares de las naciones pobres representaban una amenaza. Si no superaban su condición de escasez, quedarían sometidas al comunismo y así surgió una nueva doctrina que defendía el desarrollo económico como un antídoto contra ese mal. En el libro La invención del desarrollo, el antropólogo Arturo Escobar cuenta que esta visión llevó a que los estados más ricos asumieran una posición de salvadores de los desfavorecidos. Esta percepción sirvió, de paso, tratar de controlar sus recursos naturales. La idea fue acogida entre militares, académicos, funcionarios, organizaciones no gubernamentales y ciudadanos.
Por eso, el secretario de Estado de los Estados Unidos Robert Bacon visitó Suramérica en 1916. Encontró que casi todos los países estuvieron bajo control militar de colonizadores europeos, se revelaron, alcanzaron la independencia y empezaron a industrializarse a tal punto, que estaban cerca del éxito y el poder comercial. Conforme a las conclusiones de aquel funcionario, a pesar de que los latinoamericanos crearon con rigor sus instituciones públicas, eran sociedades inestables, con permanente riesgo de colapsar.
El gobierno norteamericano consideró que debía actuar para salvar la región. Empleó la política del Gran Garrote como forma de intervenir militarmente en los asuntos internos de sus vecinos. Después de la Primera Guerra Mundial retiró sus tropas de los países del sur. Les dio paso a los principios de Buen Vecino y Puerta Abierta para facilitar el libre comercio, fortalecer los sistemas financieros, impulsar la infraestructura y mejorar las condiciones de sanidad.
Los estados latinoamericanos promovieron las industrias para alcanzar autonomía económica después de la Gran Depresión, que ocurrió entre 1929 y 1941.El nacionalismo aumentó en estos países con movimientos sociales que se oponían a las políticas que dictaban desde Norteamérica. Los sectores populares, los sindicatos y la clase media ganaron terreno en la política. Sus voces eran cada vez más escuchadas, las dictaduras se marchitaban y las democracias se fortalecieron. Estos cambios empezaron a debilitar las relaciones del sur con el norte.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los países americanos definieron nuevas formas de llevar sus relaciones. Las decisiones al respecto fueron el resultado de tres conferencias. La primera, en Chapultepec (México) entre el 21 de febrero y el 8 de marzo de 1945. La segunda, el 27 de agosto de 1947 en Río de Janeiro (Brasil). Y la tercera, del 30 de marzo al 2 de mayo de 1948 en Bogotá (Colombia). Aquellas reuniones le abrieron el camino a la doctrina de seguridad nacional. Estados Unidos ofreció cooperación militar para combatir la amenaza comunista. Los latinoamericanos declararon su desacuerdo con las tensiones que provocaban los norteamericanos en el contexto de la Guerra Fría. Esa diferencia llevó al fin la política de Buen Vecino. Desde entonces, el norte se concentró en sus intereses de seguridad y el sur, en mejorar sus condiciones sociales y cuidar las industrias que garantizaban el crecimiento económico.
A finales de los años 40, los países latinoamericanos representaban mayores ventajas comerciales y geopolíticas para los Estados Unidos que cualquier otra región. Como el gobierno norteamericano quería consolidar su dominio económico, necesitaba expandir el comercio de mercancías, encontrar territorios para invertir capital y comprar materias primas a precios bajos que permitieran mantener la producción de sus fábricas. Sin embargo, consideraba que sus vecinos eran incapaces de comportarse como adultos porque sus sociedades eran conflictivas y desordenadas. En vez de fortalecer lazos diplomáticos con el sur del continente, implementó el Plan Marshall para ayudar económicamente la restauración de Europa sin recibir contraprestación. Supuestamente era algo de interés para todo occidente.
Los latinoamericanos, en cambio, no recibieron apoyo económico, pero sí les exigieron controlar a los campesinos, los obreros y los movimientos de izquierda o nacionalistas. Debían facilitar las condiciones para la inversión privada, bien fuera nacional o extranjera, y favorecer el modelo capitalista. Así fue como el conflicto entre oriente y occidente llegó a los países con menos industrialización.
Durante la Guerra Fría apareció la clasificación de los países en tres mundos. En el primero estaban los industrializados y libres. Al segundo pertenecían las naciones comunistas que tenían infraestructura para fabricar mercancías. Y el tercer mundo lo integraban los países “subdesarrollados”, que eran los de escasa capacidad de producción. En 1948, la Organización de Naciones Unidas (ONU) estableció que el progreso de los países tiene directa relación con el conocimiento y la explotación de recursos naturales.
Un grupo de 14 expertos en comercio, ingeniería, salud y agricultura viajó a Colombia entre el 11 de julio y el 5 de noviembre de 1949 por encargo del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento. Ellos tenían la misión de diseñar un plan que facilitara el avance hacia el desarrollo.
Colombia estaba en una constante espiral de pobreza, analfabetismo e improductividad. Hacían falta de acueductos, alcantarillados y centros de atención de salud. Estas condiciones solamente podían corregirse si toda la economía se enfocaba en fortalecer la educación, la generación de riqueza, la sanidad, la vivienda y la producción de alimentos. Si el país superaba aquellas dificultades, entraría en la ruta hacia el desarrollo y podría sostenerlo sin ayuda extranjera. Aquella visita abrió la vía para un nuevo orden en el planeta.
El Congreso de los Estados Unidos aprobó en 1950 una ley para impulsar el desarrollo internacional y avaló la financiación de proyectos en los territorios que necesitaban apoyo técnico para aumentar su riqueza. El Departamento de Estado diseñó políticas al respecto por medio de la agencia Technical Cooperation Administration (TCA). La ciencia y las máquinas se convirtieron en la fuerza para innovar, producir y alcanzar los resultados que necesitaba el progreso económico.
Quienes lideraron los proyectos para sacar de la pobreza a las regiones con menos recursos ignoraron las condiciones culturales y sociales de los territorios. Solamente defendían los beneficios de su intervención, sin advertir que servía como herramienta para consolidar el orden del mundo. Así, los países pobres perdieron autonomía. Las organizaciones internacionales, las universidades y los gobiernos de países con mayores avances industriales lograron incidir en decisiones de las demás naciones en pocos años. Para eso sirvió el discurso del desarrollo.
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