Juan Pérez Jolote, un testimonio que describe la vida de toda una comunidad indígena

Juan Pérez Jolote

Juan Pérez Jolote nunca supo cuándo nació. Desde pequeño trabajaba la tierra con su familia, pero sus fuerzas no le alcanzaban para levantar el azadón, entonces su papá se enojaba y lo golpeaba. A veces lo defendía su mamá y por eso el hombre también la lastimaba a ella. Juan no aguantó más, se escapó de la casa y vivió el desarraigo. 

Primero se fue a criar carneros a una finca. Estuvo allí poco tiempo, hasta que la dueña de la granja lo entregó a otras personas para que se lo llevaran a cuidar árboles frutales. Luego, quienes lo habían recibido lo vendieron a cambio de maíz y Juan deambuló hasta que lo recogieron funcionarios del gobierno para regresarlo a su casa. Su papá lo recibió a golpes y por eso el niño decidió escaparse una vez más. Se fue a trabajar a una hacienda donde le pagaban bien y cambió su nombre por José para que su padre no lo encontrara. Más tarde, estuvo en la cárcel, después se fue de soldado y al terminar el servicio volvió a ejercer labores del campo. Pasaron los años y retornó a casa. Pese a todo lo que había cambiado, su papá lo reconoció. 

Aquella historia no es un mero drama particular. El antropólogo Ricardo Pozas la publicó en 1948 bajo el título Juan Pérez Jolote: biografía de un tzotzil para narrar cómo vivían unos 16.000 indígenas en el municipio mexicano de Chamula. El libro narra un testimonio en el que su protagonista habla en primera persona y mezcla la literatura con la antropología. 

En ese entonces, en México había un movimiento intelectual que buscaba integrar a los indígenas en los cambios que vivía la sociedad después de la Revolución. Esto implicaba conocer sus hábitos y su lengua ancestral, para luego enseñarles a los nativos a hablar español y explicarles el funcionamiento de los sistemas económico y político de ese mundo moderno. Pozas, el autor del libro, consideró en su momento que Juan Pérez Jolote no era solo la biografía de un hombre, sino el reflejo de la cultura aborigen y su cambio hacia la civilización. 

La obra muestra que aquella comunidad había adoptado dos modelos económicos. Uno era el que los indígenas traían de sus ancestros, que consistía en cultivar la tierra y obtener el alimento necesario para la familia. El otro era el capitalista, que se reflejaba de tres formas. La primera era el manejo de herramientas para optimizar la producción en el campo. La segunda, los trabajos remunerados en fincas. Y la tercera, el uso de la moneda para el pago de bienes y servicios en lugares de comercio donde, además, coincidían diferentes culturas. 

Algo que caracterizaba a estos indígenas era el consumo de aguardiente en sus encuentros sociales, políticos o religiosos, pero el licor no les hacía bien y despertaba comportamientos intolerantes y agresivos a quienes lo bebían. 

El relato está lleno de detalles sobre las relaciones familiares y entre vecinos. En el texto también es posible notar la adaptación de la religión católica a las creencias históricas de los nativos. En esta narración es posible comprender la organización social y política, la forma de impartir justicia y valores arraigados en la comunidad, como el honor por el servicio público, el trabajo y la disciplina. También aparecen aspectos de la vida cotidiana como la organización para cumplir las labores del campo, la gastronomía y la medicina.

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