El dilema de las redes sociales o el jaque mate a la humanidad

El dilema de las redes sociales

Las redes sociales y las plataformas que permiten compartir contenidos parecían tener propósitos inofensivos en un principio. Cuando recién iniciaron sus actividades, facilitaron los contactos entre familiares y amigos que llevaban varios años distanciados y fomentaron la solidaridad entre personas que ni siquiera se conocían. Pero recientemente se ha advertido otra insospechada faceta de estas tecnologías. 

En el documental El dilema de las redes sociales, publicado en 2020 por Netflix, hablan académicos y personas que trabajaron en posiciones estratégicas de grandes compañías tecnológicas. Ellos explican lo que hay detrás de esa industria y cómo el modelo de negocio terminó por ocasionar notorios problemas en la sociedad. 

Bajo la dirección de Jeff Orlowski y la producción de Larissa Rhodes, este documental cuenta que las ganancias de las redes sociales provienen de la publicidad. Las plataformas digitales se propusieron cumplir el sueño de los anunciantes de hacer que su pauta llegue efectivamente a potenciales clientes interesados en adquirir sus productos o servicios. Ese objetivo requiere que los avisos recibidos por cada usuario se ajusten a sus gustos, hábitos e intenciones, algo que exige tener mucha información. 

El plan que diseñaron varias empresas tecnológicas fue, primero, hacer que las personas conectadas a sus redes o canales de mensajería inviten a otras para establecer relaciones sociales. Y segundo, lograr que permanezcan en línea por largo tiempo para que el sistema obtenga todos los datos posibles para construir sus perfiles. 

Algunas compañías hicieron experimentos y descubrieron que las interacciones entre los usuarios hacían que estuvieran más pendientes de sus dispositivos. La explicación es que cuando una persona siente aceptación de los demás, su cerebro activa dosis de dopamina que le dan instantes fugaces de felicidad. 

Esa tecnología persuasiva modificó la conducta de los humanos y creó el hábito inconsciente de mirar con frecuencia el celular y deslizar el dedo sobre su pantalla para buscar algo atractivo. Los resultados de esta nueva costumbre son adicción, necesidad permanente de popularidad, falta de tolerancia al rechazo y depresiones cuando hay desaprobación. 

Directivos de aquellas empresas tecnológicas sabían que estaban explotando una debilidad de los seres humanos y, aún así, se aprovecharon de ella. Entonces crearon algoritmos capaces monitorear los clics, los ‘me gusta’, las imágenes o los videos que cada usuario se detiene a ver y por cuánto tiempo las mira. Los datos registrados y procesados en grandes computadoras permiten identificar temperamentos y emociones. Así se construye un arquetipo de cada quien que hasta puede predecir su comportamiento. Eso es lo que venden las empresas tecnológicas y se conoce como capitalismo de vigilancia.

Los algoritmos hacen que las diferentes plataformas les muestren a los usuarios publicaciones acordes con sus intereses para mantener su atención. Es como si crearan un mundo adecuado y específico para cada uno y, en ese contexto es difícil establecer lo verdadero y lo falso. Las consecuencias ya son notorias: caos, indignación, ira, vanidad, desconfianza, soledad, alienación, polarización, radicalidad y populismo. 

Las sociedades son cada vez más incapaces de resolver sus problemas, mientras la inteligencia artificial controla las mentes para satisfacer un modelo de negocio en el que las personas son el producto. Aquí no hay dilema. Se trata, simplemente, del jaque mate a la humanidad.

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