Adiós al heroísmo periodístico

Heroísmo periodístico

La misión del reportero como adalid del derecho a la información y guardián de la libre expresión se transformó notoriamente en los últimos años. Los cambios en las empresas mediáticas provocaron nuevas relaciones de la prensa con poderes políticos y económicos, y con sus públicos. 

La imagen romántica del periodista es la de un intelectual audaz que busca esmeradamente la verdad sobre hechos de interés público. Su heroica labor consiste en encontrar datos de diversas fuentes, organizarlos, interpretarlos y transmitirlos con encanto narrativo y valentía para alimentar la razón de los ciudadanos y garantizar la variedad de opiniones en una democracia. 

Ese mito se derrumbó cuando los medios de información se volvieron propiedad de grupos empresariales con afán de lucro y relacionados con sectores políticos. La producción de contenidos periodísticos como mero negocio redujo el pluralismo y puso la comunicación social al servicio de intereses particulares y metas comerciales.

El papel de la prensa se distorsionó porque se concentró en persuadir a las audiencias. El objetivo ahora es defender y promover ideologías favorables para los dueños de aquellas corporaciones y sus aliados del sector público. La opinión y la información se mezclan a tal punto, que no es fácil establecer diferencias entre ambas. Esto se conoce como ‘intrusismo’ y consiste en presentar percepciones particulares como si fueran asuntos de interés público. El menosprecio por la verdad es evidente y el control al poder estatal es selectivo. 

El periodismo está deshonrado y viciado con intenciones ajenas a su esencia, pero que condicionan su ejercicio. Los reporteros perdieron independencia en su labor. Las empresas mediáticas filtran las publicaciones y exigen a los empleados que produzcan contenidos masivamente, de prisa y con precaución de no afectar sus intereses políticos y económicos. Esto repercute en la calidad de la información que se trasmite, pues el comunicador opta por la autocensura y omite contar los hechos completos. La realidad que se divulga no es la que descubre el profesional que investiga, sino la que quiere construir la compañía para despertar emociones en los públicos y satisfacer el apetito mercantil. Esta forma de ejercer el periodismo diluye los límites entre la verdad y la mentira, y alimenta el desinterés de la gente por los hechos que merecen ser de conocimiento público en una sociedad. 

Las audiencias se componen de meros clientes que comparten la misma forma de pensar. Esto trae consecuencias para la democracia, toda vez que las publicaciones no tienen como fin alimentar el debate sobre asuntos de interés general, sino reforzar opiniones útiles para el negocio. En este contexto, las sociedades están bajo el despotismo de la comunicación. La prensa cultiva públicos consumidores de contenidos que no están dispuestos a recibir puntos de vista diferentes a los suyos. La rentabilidad prima sobre la credibilidad, algo que puede ser contraproducente a largo plazo porque está en juego el mayor patrimonio, que es, precisamente, la confianza en la información. 

Referencia 

Herrera, E. (2014). Experiencia profesional y ética del periodismo de opinión. Dilemata, año 6, n°14, pp. 141-162.

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