El eficaz control de la violencia simbólica

El eficaz control de la violencia simbólica

Cuando las leyes, los credos y la misma sociedad exigen a las personas excesiva obediencia, pueden generar un efecto contrario. Es previsible que las ansias de libertad, la desconfianza en la autoridad y la desilusión lleven a los individuos a concentrarse más en defender sus intereses que los del colectivo al cual pertenecen.

En esa búsqueda de la satisfacción particular, la gente se aparta de los patrones comúnmente aceptados y halla simpatías con quienes estén en igual condición. Es entonces cuando aquellos que se consideran excluidos por ser diferentes a los demás se unen para crear nuevas asociaciones (Ross, 1901, y Tarde, 1961). Si una comunidad se fragmenta en grupos, aparecen tensiones entre sus diferentes propósitos. Los intereses de cada conjunto se entienden como generales para sus miembros, pero son individuales para el resto de la sociedad. Esa división puede corregirse si cada actor cede su impulso natural de obtener todo lo que quiere y se somete al límite que impone la voluntad general. Esto no quiere decir que los colectivos más pequeños deben aceptar la posición dominante del más grande. Al contrario, se trata de construir un acuerdo a partir de la manifestación propia y libre de cada persona (Rousseau, 1998). 

Cuando una de las partes pretende imponer sus opiniones a las otras puede causar lo que Bourdieu (1997) denomina violencia simbólica. Esta es una forma de presión invisible, inmaterial y silenciosa que busca hacer que los demás obedezcan o se sometan a algún patrón de conducta. Aquella fuerza subliminal actúa por medio de señales que las personas detectan en los comentarios o en las actuaciones de la otra gente y que son entendidos como instrucciones u órdenes que hay que seguir. 

Los consensos suelen ser complejos y demorados. Por eso, el sistema político ejerce violencia simbólica de manera perceptible al definir unilateralmente, mediante la ley, lo que se acepta y lo que no (Bourdieu, 1997). Si la comunidad rechaza lo que le dictan las normas, la represión se convierte en la única forma de dominio, pero se vuelve insostenible con el tiempo y provoca la disolución de la sociedad. Esto desfavorece a quienes tienen el poder, se convierte en un antídoto contra su sometimiento y no resuelve la falta de cohesión. 

Sin embargo, la influencia de los medios de comunicación es una forma de lograr un control social por medio de la sugestión (Ross, 1901). La función de la prensa no es remplazar las instituciones, sino difundir hechos extraordinarios y salidos de lo común. La audiencia no espera que le informen que nada ha pasado, sino que busca en los medios de comunicación los relatos de acontecimientos que se consideran por fuera de lo normal. Por eso las noticias no pueden entenderse como un reflejo exacto de la realidad. Al contrario, son un conjunto de detalles sobre los cuales el público se ha formado imágenes previamente. La información periodística logra mayor aceptación de sus receptores mientras más coincidencias tenga con los estereotipos previamente forjados. Por eso es comparable con la ficción y no se puede calificar con estrictos estándares de veracidad (Lippmann, 1997). 

Las órdenes que dictan las creencias, la prensa y la opinión pública son más efectivas si se expresan con la suficiente mesura para que sean imperceptibles. Cuando se vuelven evidentes, despiertan la desconfianza, dividen a la sociedad y llevan a la desobediencia. 

Referencias 

Bourdieu, Pierre. Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Barcelona: Anagrama, 1997.

Lippmann, Walter. Public Opinion. New York: Free Press Paperbacks, 1997. 

Ross, Edward. Social control, a survey of the foundations of order. New York: Macmillan, 1901. 

Rousseau, Jean Jacques. El contrato social. Madrid: Espasa Calpe, 1998. 

Tarde, Gabriel. Estudios sociológicos, las leyes sociales, la sociología. Córdoba: Assandrí, 1961.

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