El legado de los fisiócratas para la economía, la política y la educación

Fisiocracia

La economía gobierna el mundo, pero no siempre fue así. Antes, el poder político imponía sus decisiones por la fuerza y estaba concentrado en pocos hombres que no cedían su control sobre los asuntos del Estado. En ese contexto, un grupo de filósofos sembró la idea de que la naturaleza tiene unas reglas propias que se reflejan en el libre mercado. La opinión pública descubre aquellas normas y hace que se cumplan. 

En la segunda mitad del siglo XVIII, aparecieron en Europa comunidades dedicadas a cuestionar los excesos de las monarquías. En Francia, varios intelectuales economistas conformaron una escuela de pensamiento para defender los derechos y las libertades individuales. Escribieron sus opiniones e incidieron en el criterio de los lectores. Sus ideas revolucionarias decían que Dios creó el gobierno de la naturaleza, al que llamaron ‘fisiocracia’, que está presente de forma espontánea en todo lo que existe y no requiere de la intervención humana. Aquel orden natural debe actuar por sí solo, libre y sin obstrucciones para que los seres del mundo, incluidas las personas, convivan en armonía. No es necesario inventar nuevas leyes que premien o castiguen comportamientos, pues la misma providencia se encarga de hacerlo. Desconocer aquel mandato trae problemas. Por eso, el derecho divino es el más conveniente y útil para cualquier sociedad. Estas premisas les dieron el nombre a estos pensadores, que fueron reconocidos como ‘los fisiócratas’. 

El orden natural determina que los seres humanos viven para satisfacer intereses particulares y alimentar su propio amor. Cada individuo solo necesita identificar de manera consciente aquello que lo hace más feliz y enfocar sus esfuerzos en complacerse. Para los fisiócratas, el libre mercado y la propiedad privada representan la voluntad de Dios porque le permiten a cualquier persona alcanzar la felicidad mediante la oferta y la demanda. Por eso, estos filósofos defendían la consigna “dejar hacer, dejar pasar, el mundo va solo”, para referirse a que la sociedad encuentra equilibrio bajo las reglas de la economía sin intervención del poder político. 

Las comunidades guardan un orden natural que encarna la verdad, la justicia y las condiciones que les permiten a sus integrantes tener calidad de vida. Los humanos son capaces de descubrir esas leyes divinas gracias a la opinión pública. El intercambio de puntos de vista diversos, bien fundamentados, que superan la emotividad y los prejuicios permite construir consensos. La libre expresión y el diálogo reflejan el interés común y la voluntad general. La opinión pública es un poder del pueblo y sirve además para controlar los abusos de quienes ocupan cargos de autoridad. Todo esto requiere una colectividad con suficiente formación política para entender el compromiso de cada individuo con los demás. 

De acuerdo con los fisiócratas, los humanos necesitan aprender sobre el orden natural y el funcionamiento de la economía para desarrollar su vida sin que alguien más les dicte lo que deben hacer. Los gobernantes tienen la obligación de instruir a su gente, que es el mayor logro para una sociedad. La enseñanza fortalece la unidad en torno a un mismo propósito y reduce los privilegios para aquellos que no aportan al bien común. En suma, la educación le da poder al pueblo. La opinión pública ilustrada se convierte en una autoridad a la que tienen que rendir cuentas quienes ejercen funciones en nombre del Estado o que influyen en un amplio número de personas. Su potencia logra imponer normas a toda la sociedad sin usar dinero, armas ni soldados, como sí ocurría cuando el poder político regía con violencia. 

Referencia

Berzosa López, D. (2004). Los fisiócratas y la opinión pública como presupuesto y garantía de la continuidad de la sociedad en el Estado. Revista de Estudios Políticos (Nueva Época), número 124, pp. 173-206.

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